ESPACIO SEVILLA COOPERA

Sandra Martínez y Ana Estévez, cooperantes de PROCLADE Bética

La cooperación es más necesaria que nunca: no somos salvadores, caminamos junto a las comunidades

Con motivo del Día de las Personas Cooperantes, conversamos con Sandra Martínez, técnica de cooperación y cooperante en Bolivia durante trece años, y Ana Estévez, técnica en sede y voluntaria en Camerún. Ambas forman parte de PROCLADE Bética, donde desarrollan su trabajo con una fuerte vocación de servicio y compromiso social.

Primeros pasos como cooperantes

¿Qué os llevó a dar el paso de dedicar vuestra vida a la cooperación internacional?

Ana: Desde muy pequeña me interesaba dar respuesta a las injusticias que veía en el mundo. Aunque estudié Administración de Empresas, pensaba que el cambio debía hacerse desde dentro. Tenía que conocer primero y luego aportar lo que yo supiera o lo que pudiera.

Sandra: En mi caso fue una mezcla de inquietud personal y compromiso social. Antes no era tan fácil conocer experiencias de cooperación ni había tanta accesibilidad, pero esa curiosidad se unía al deseo de transformar el mundo. Esa fue la idea que me movió en la juventud.

Aprendizajes y experiencias en terreno

Sandra, comenzaste en 2007, y Ana en 2009. ¿Qué os marcó especialmente en aquellos primeros años?

Sandra: Para mí fue un aprendizaje vital. Al principio una llega con ilusión y con esa energía de la juventud que te impulsa a querer cambiar el mundo de golpe, pero pronto entiendes que no eres salvadora de nada. Ese es un gran choque, aunque también una enseñanza fundamental: reconocer el privilegio que tenemos y comprender que las verdaderas soluciones nacen de las propias comunidades.

Sandra Martínez, de PROCLADE, en su época de cooperante en Bolivia
Sandra en su época de cooperante en Bolivia

La cooperación no va de imponer modelos ni de traer recetas, sino de escuchar, de compartir y de caminar juntas. Cuando asumes eso, la experiencia se convierte en un espacio de crecimiento mutuo, en el que recibes tanto o más de lo que das.

En Bolivia, por ejemplo, aprendí lo que significa el espíritu comunitario. Allí se mantiene como parte de la vida cotidiana: el sentido de pertenencia, el apoyo mutuo, el trabajar por el bien común. Ese tejido comunitario sigue vivo, mientras que aquí en Andalucía lo hemos ido perdiendo poco a poco. Yo lo reivindico también como mujer rural andaluza, porque nuestras madres y abuelas lo vivieron en los pueblos y en las familias, y hoy lo tenemos más debilitado. Recuperar ese espíritu sería clave para afrontar muchos de los retos que tenemos como sociedad.

Ana: Para mí la cooperación es trabajo, pero también vocación. Me ilusiona porque, aunque llevo muchos años en esto, sigo encontrando cosas nuevas cada día. En Camerún participé en un proyecto sanitario en un contexto muy duro, especialmente para las mujeres y la infancia de las comunidades rurales. Allí aprendí lo que significa convivir con la gente, compartir sus dificultades y también sus pequeñas alegrías cotidianas, en un entorno tan complejo como la selva. Fue un aprendizaje enorme que me marcó profundamente.

Ana, en su época de voluntaria internacional en Camerún

Me gusta pensar en nuestra labor como un puente: una conexión entre las comunidades locales con las que trabajamos y la sociedad andaluza y extremeña que nos apoya. Esa unión no es solo técnica o financiera, es también humana y cultural. Mi manera de vivirlo ha sido la de una hormiguita, contribuyendo en lo que puedo, colaborando de forma constante y reforzando esos lazos. El reto sigue siendo sentir esa relación más cerca, hacerla visible para quienes aquí a veces piensan que lo que ocurre lejos no nos afecta.

En el fondo, la cooperación es un encuentro entre personas. No importa el país o la lengua, lo esencial es esa relación que se teje y que nos recuerda que formamos parte de una misma humanidad. Ese sentido de encuentro es lo que da valor a mi trabajo y lo que me impulsa a seguir.

La figura del cooperante hoy

Vivimos tiempos de crisis globales, con retrocesos democráticos y discursos contrarios a la cooperación. ¿Cómo veis la figura de la persona cooperante hoy?

Sandra: La cooperación es más necesaria que nunca. En un contexto en el que se culpa siempre a los más pobres, necesitamos defender los derechos humanos con más fuerza. Hay ataques abiertos a toda política social y debemos estar ahí, con recursos económicos y humanos, para defender el modelo de los derechos. Hay conflictos, como Palestina, que están silenciados. La cooperación debe darles voz.

Ana: Coincido. Ahora se impone un discurso deshumanizante en el que dejamos de vernos como personas. El reto es seguir considerando a cada ser humano como sujeto de derechos y denunciar los atropellos sistemáticos que vemos en muchos países.

Un mensaje para las nuevas generaciones

Sandra Martínez, en la sede de PROCLADE

¿Qué mensaje podemos transmitir a las generaciones más jóvenes?

Sandra: La educación para la ciudadanía global es clave. Debemos insistir en la igualdad de derechos y también hablar de los privilegios, porque reconocerlos es un primer paso para transformar la realidad. Se trata de humanizar en un contexto que se deshumaniza cada vez más.

Ana: Hoy todo está muy centrado en el yo, en mi beneficio, en mi interés. Eso genera indiferencia hacia lo que le ocurre a la persona de al lado. Pero yo sigo con esperanza: podemos sembrar en niños y jóvenes esa semilla de cambio y de empatía que necesitamos como sociedad.

El impacto de los discursos autoritarios

¿Habéis notado cómo afectan los discursos autoritarios o de extrema derecha al trabajo de las organizaciones?

Ana Estévez, en la sede de PROCLADE

Ana: Sí, genera miedo y tensión. En algunos países hay leyes, como la de agentes extranjeros en El Salvador, que limitan mucho el trabajo de las organizaciones y condicionan la forma en que podemos relacionarnos con nuestras contrapartes locales. A eso se suma la presión constante sobre qué discursos se pueden dar y qué temas se pueden tocar. Hay cuestiones, como la defensa de los derechos de las mujeres o la igualdad, que cada vez están más encorsetadas y generan una autocensura que antes no existía.

Incluso en reuniones de seguimiento se nota esa tensión: ya no se habla con la misma libertad de antes, porque siempre queda la duda de si lo que decimos puede ser malinterpretado, o incluso de si estamos siendo vigiladas. Esa sensación de inseguridad desgasta mucho, tanto a nivel personal como en los equipos.

Además, se crean divisiones internas. En algunos contextos los propios equipos locales se polarizan, con personas más cercanas a ciertos discursos oficiales y otras que intentan resistir. Ese clima de presión permanente mina la confianza, dificulta la colaboración y termina afectando al desarrollo de los proyectos. Y eso, a la larga, impacta directamente en las comunidades con las que trabajamos, que ven cómo las ayudas o los acompañamientos se ralentizan o se complican por motivos políticos y no técnicos.

Sandra: Ante eso, debemos seguir apoyando a las organizaciones locales y amplificar su voz aquí. Mucha gente solo percibe lo que pasa allí como anécdotas lejanas, pero se trata de la vida de las personas.

Redes y voluntariado, motores de futuro

¿Qué papel tienen hoy las redes y el voluntariado?

Sandra: Es fundamental seguir trabajando en red. Nos cuesta más porque falta relevo generacional, pero es vital. Las organizaciones tenemos experiencia y conocimientos que deben compartirse. Unidas somos más fuertes.

Ana: El voluntariado sigue siendo una puerta de entrada a la cooperación. Yo misma empecé como voluntaria. Nuestra compañera Carmen también, y hoy trabaja en comunicación en PROCLADE. Hemos visto jóvenes que tras una experiencia fuera han querido seguir vinculados. Un ejemplo es Lucía, que pasó diez meses en la Patagonia y ahora forma a nuevos voluntarios. El voluntariado engancha y ayuda a crear conciencia social.

Una cooperación vigente y necesaria

El testimonio de Sandra y Ana demuestra que, incluso en un mundo marcado por crisis e incertidumbres, la cooperación internacional mantiene toda su vigencia. Para ellas no es solo una herramienta de desarrollo, sino un verdadero espacio de encuentro humano, donde se defienden derechos, se construyen redes de solidaridad y se siembra la conciencia crítica necesaria para que las próximas generaciones afronten los desafíos globales con esperanza y compromiso.

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